Página:La ciudad de Dios - Tomo IV.pdf/97

Esta página no ha sido corregida
95
La ciudad de Dios

cob, cuando dijo (1): «No faltará príncipe de Judá, ni caudillo de su linaje, hasta que venga aquel para quien están guardadas las promesas, y éi será el que aguardarán las gentes». No faltó príncipe de su nación á los judíos hasta este Herodes, que fué el primer rey que tuvieron, de nación extranjera. Por esto era ya tiempo que viniese aquel á quien estaba reservado lo prometido por el Nuevo Testamento, para que fuese la esperanza de las naciones. Y no aguardaran su venida las gentes, como vemos aguardan á que venga á jozgar con todo el poder manifiesto de su majestad y grandeza, si primero no creyeran en el que vimo á sufrir y ser jazgado con humilde paciencia y mansedumbre.



CAPÍTULO XLVI

Del nacimiento de nuestro Salvador, según que el Verbo se hizo hombre, y de la dispersión de los judíos por todas las naciones, como estaba profetizado.


Reinando, pues, Herodes en Judes, y en Roma mndádose el estado republicano, imperando Augusto Cé sar, y por su mediación disfrutando todo el orbe de una paz y tranquilidad apacible, conforme á la precedente profecía, nació Cristo en Belén de Judá en la forma natural de hombre, de una madre Virgen, é invisiblemente, de Dios Padre: porque así lo dijo el profeta (2): «una Virgen concebirá en su vientre, parirá un hijo, y se llamará Emanuel », que quiere decir, Dios es con nosotros: el cual, para dar una prueba nada equivoca que era Dios, (1) Genesis, cap. XLIX.

(2) Isaias, cap. VII et XIV.