Página:La ciudad de Dios - Tomo IV.pdf/95

Esta página no ha sido corregida
93
La ciudad de Dios

aunque Alejandro ofreció sacrificios en el templo de Dios, no fué convirtiéndose á adorar á Dios con verdadera religión, sino creyendo que le debía adorar juntamente con sus falsos dioses. Después Ptolomeo, hijo de Lago, como insinué en el capítulo XLII, muerto ya Alejandro, sacó de allí los cautivos, llevándolos á Egipto, á quienes su sucesor Ptolomeo Filadelfo con grande benevolencia concedió la libertad, por cuya industra sucedió que tuviésemos lo que poco antes insinué, las Santas Escrituras de los Setenta Intérpretes. A poco tiempo quedaron quebrantados y destruídos con las guerras que se refieren en los libros de los Macabeos. En seguida los sujetó Ptolomeo, llamado Epifanes, rey de Alejandría, y después Antíoco, rey de Siria. Con infinitos y graves trabajos los compelió á que adorasen los ídolos, llenándose el templo de las sacrilegas supersticiones de los gentiles. Su valeroso jefe y caudillo Judas, llamado el Macabeo, habiendo vencido y derrotado á los generales de Antíoco, le limpió y purificó de toda la profanación con que le había manchado la idolatría. Y no mucho después Alchimo, alucinado por su ambición, sin ser de la estirpe de los sacerdotes, lo que era condición indispensable, se hizo pontíflce. Desde entonces transcurrieron casi cincuenta años, en los cuales, aunque no vivieron en paz, sin embargo, experimentaron algunos sucesos prósperos: pasados los cuales, Aristóbulo fué el primero que entre ellos, tomando la corona, se hizo rey y pontifice; porque hasta entonces, desde que regresaron del cautiverio de Babilonia y se reedificó el templo, nunca habían tenido reyes, sino Capitanes y Principes, aunque el que es rey pueda llamarse también príncipe por la seguridad con que ejerce el mando y el gobierno de su Estado, y capitán por ser conductor y jefe de su ejército. Pero no todos los que son príncipes y capitanes pueden llamarse