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San Agustín

biéndole disipado para arruinarle y abrasarle todo con guerras, Egipto comenzó á tener sus reyes Ptolomeos, y el primero de ellos, hijo de Lago, condujo muchos cautivos de Judea á Egipto. Sucedió á este otro Ptolo: meo, llamado Filadelfo, quien á los que aquél trajo cautivos los dejó volver libremente á su pais, y además envió un presente ó donativo real al templo de Dios, suplicando á Eleazaro, que á la sazón era Pontífice, le enviase las santas Escrituras, las cuales, sin duda, había oído, divulgando la fama que eran divinas, y por eso deseaba tenerlas en su copiosa librería, que había hecho muy famosa. Habiéndoselas enviado el pontifice, como estaban en hebreo, el rey le pidió también intérpretes, y Eleazaro le envió setenta y dos, seis de cada una de las doce tribus, doctísimos en ambas lenguas, es á saber, en la hebrea y en la griega, cuya versión comúnmente se llama de los Setenta. Dicen que en sus palabras hubo tan maravillosa, estupenda y efectivamente divina concordancia, que habiéndose sentado para practicar esta operación cada uno de por sí aparte (porque de esta conformidad quiso el rey Ptolomeo certificarse de su fidelidad), no discreparon uno de otro en una sola palabra que significase lo mismo ó valiese lo mismo, ó en el orden de las expresiones, sino que, como si liubiera sido uno solo el intérprete, así fué uno lo que todos interpretaron, porque realmente uno era el espíritu divino que había en todos. Concedióles Dios este tan apreciable don, para que así también quedase acreditada y recomendada la autoridad de aquellas Escrituras santas, no como humanas, sino cual efectivamente lo eran, como divinas, á efecto de que, con el tiempo, aprovechasen á las gentes que habían de creer lo que en ellas se contiene y vemos ya cumplido.