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San Agustín

sí; por lo que no sin razón creyeron, no sólo algunos pocos de los que en las escuelas y en las aulas, con sus contenciosas, sistemáticas y fútiles disputas, se rompen las cabezas, sino infinitos, aun en las ciudades, así los sabios como los ignorantes, que cuando escribían nuestros escritores aquellos libros les babló Dios, ó que el mismo Dios se produjo por la boca de éstos. Y ciertamente interesó fuesen pocos, á efecto de que así no fuese vilipendiado por la multitud ignorante é ilusa lo que había de ser tan particularmente apreciado y estimado por la religión, aunque no fueron tan pocos que dejase de ser admirable su conformidad; pues entre el inmenso número de filósofos que nos dejaron aun por escrito las memorias y libros de sus sectas y opiniones, no se hallará fácilmente uno entre quienes convenga todo lo que sintieron y las opiniones que propugnaron, y querer manifestarias aquí con la extensión necesaria sería asunto largo. Y en esta Ciudad, que tributa culto y homenaje á los demonios, ¿que autor hay, de cualquiera secta y opinión que sea, de tanto crédito que por su respecto se hayan desaprobado y condenado, todos los demás que opinaron diferentemente y aun lo contrario? ¿Acaso no fueron esclarecidos y famosos en Atenas, por una parte los epicureos, que afirmaban no tocar á los dioses las cosas humanas, y por otra los estoicos, que sentían lo contrario y defendían que las regían y tenían los dioses bajo sus auspicios y protección? Por eso me admiro cuando advierto que condenaron á Anaxagoras porque dijo que el sol era una piedra encencida, negando, en efecto, que era dios, supuesto que en la ciudad fioreció con grande nombre y gloria Epicuro, y vivió seguro creyendo y sosteniendo que no era dios, no solo el sol ó algunas de las estrellas, sino defendiendo que ni Júpiter ni otro alguno de los dioses había en el mundo á quien llegasen las oracio-