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La ciudad de Dios

quiera lo demés que contienen las letras profanas, que, ya sea verdad ó mentira, nada importa para que vivan bien y felizmente.



CAPÍTULO XLI

De la discordia de las opiniones filosóficas, y de la concordia de las escrituras canónicas en la Iglesia.


Pero dejando á un lado las noticias sacadas de la historia, los mismos filósofos cuyas opiniones enunciamos, no parece que fueron tan laboriosos en sus estudios é investigaciones, sino por hallar el medio de vivir con comodidad; de forma que, según sus reglas, consiguiésemos la bienaventuranza. ¿Por qué causa discordaron y se desavinieron los díscípulos con los maestros y los discípulos entre sí, sino porque, como hombres mortales, buscaban este precioso y oculto tesoro con los sentidos humanos, y con humanos discursos y razones? En lo cual pudo haber también un cierto amor y deseo de gloria, apeteciendo cada uno parecer más sabio y agudo que otro, no obligarse de modo alguno ni estar atenido al dictamen ajeno, sino ser el autor é inventor de su secta y opinion. Con todo, aunque concedamos haber habido algunos, y aun muchos de ellos, á los cuales haya hecho desviar de sus maestros y de sus condiscípulos el amor de la verdad y el defender lo que creían ser veridico, ya lo fuese ó no lo fuese, ¿qué es lo que puede, ó dónde, ó por dónde se encamina la infelicidad y miseria humana para llegar á la bienaventuranza si no la dirige y conduce la autoridad divina? Nuestros autores, en quienes no en vano se establece y resume el Cánon de las letras sagradas, por ningún motivo discrepan entre

Tomo IV.
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