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San Agustín

bién los nombres de estos profetas, y, sin embargo, no está dicha historia en el Cánon que tiene admitido el pueblo de Dios. Confieso ignorar la causa de esto, aunque presumo que aquellos á quienes el Espíritu Santo reveló lo que había de estar en la autoridad y Cánon de la religión, pudieron también escribir unas cosas como hombres, con diligencia histórica, y otras como profetas, con inspiración divina, y que éstas fueron distintas; de forma que pareció que las unas se les debían atribuir á ellos como suyas, y las otras á Dios, como á quien hablaba por ellos. Así unas servían para mayor abundancia de noticias, las otras para la autoridad de la religión, en cuya autoridad se guarda el Cánon. Fuera de éste se citan y alegan algunas particularidades escritas bajo el nombre de los verdaderos profetas; pero no valen ni aun para la copia de noticias, porque es incierto si son de los que se asegura ser; por eso no les damos crédito, especialmente á lo que se halla también contra la fe de los libros canónicos, lo cual demuestra que de modo alguno sean suyos.



CAPÍTULO XXXIX

Cómo las letras hebreas nunca dejaron de hallarse en su propia lengua.


No debemos creer lo que algunos presumen, que solamente conservó la lengua hebrea aquel que se llamó Heber, de donde dimanó el nombre de los hebreoa, extendiéndose después hasta Abraham, y que las letras hebreas comenzaron con la ley que dió Moisés; antes, sí, el citado idioma con sus letras se guardó y conservó por aquella sucesión que dijimos de los padres. En