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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XXXVIII

Cómo el Cánon eclesiástico no recibió algunos libros de muchos Santos por su demasiada antigüedad, para que, con ocasión de ellos, no se mezclase lo falso con lo verdadero.


Si quisieramos echar mano de aucesos mucho más antiguos, antes de nuestro Diluvio universal, era sin duda el patriarca Noé, á quien no sin especial motivo podré llamar también profeta, pues la misma arca que labró, y en que se líbertó del naufragio con los suyos, fué una profecía de nuestros tiempos. ¿Y qué diremos de Enoch, que fué el séptimo patriarca después de Adán?

¿Acaso no se dice expresamente en la carta canónica del apóstol San Judas Tadeo que profetizó? Pero la causa primaria porque los libros de éstos no tengan autoridad canónica, ni entre los judíos ni entre nosotros, fué su demasiada ancianidad, por la cual parecía debían graduarse como sospechosos, para que no se publicasen algunas particularidades absolutamente falsas por verdaderas, mediante á que se divulgan también algunas que dicen ser suyas, y se las atribuyen los que ordinariamente creen conforme á su sentido lo que les agrada. Estas obras no las admite la pureza é integridad del Cánon, no porque repruebe la autoridad de sus autores, que fueron amigos y siervos de Dios, sino porque no se cree que sean suyas. No debe causarnos maraviIla que se tenga por sospechoso lo que se publica bajo el nombre de tanta antigüedad, supuesto que en la misma historia de los reyes de Judá y de los reyes de Israel, que contiene la memoria de los sucesos acaecidos, se refieren muchas cosas de que no hace mención la Escritura, y dice que se hallan en los otros libros que escriben los profetas, y en algunas partes cita tam-