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La ciudad de Dios

«Aguardadme, dice el Señor, para el día de mi resurrección, en el cual tengo [determinado congregar las naciones y juntar los reyes». Y en otro lugar dice: «Terrible se manifestará el Señor contra ellos, desterrará todos los dioses de la tierra, y le adorarán todos en su tierra, todas las islas de las gentes». Y poco después añade: «Entonces infundiré en las gentes y en todas sus generaciones un mismo idioma, para que todos invoquen el nombre del Señor, y le sirvan bajo de un yugo.

De los últimos términos de los ríos de Etiopía me traerán sus ofrendas y sacrificios. En aquel día no te avergonzarás ya de todas tus pasadas maldades, que impíamente cometiste contra mí, porque entonces quitaré de ti las pasiones torpes que te hacían injurioso, y tú dejarás ya de gloriarte más sobre mi monte santo; y pondré en medio de ti un pueblo manso y humilde; y reverenciarán el nombre del Señor las reliquias que bubiere de Israel». Estas son las reliquias de quienes habla en otra parte otro Profeta, y lo dice también[el Apóstol (1): «Si fuere el número de los hijos de Israel como las arenas del mar, unas cortas reliquias serán las que se salvarán»». Porque estas fueron las reliquias que de aquella nación creyeron en Cristo.



CAPÍTULO XXXIV

De las profecias de Daniel y Ezequiel, que concuerdan en Cristo y en su Iglesia.


En la misma cautividad de Babilonia, y en su principio, profetizaron Daniel y Ezequiel, otros dos de los (1) Isaias, cap. XX.