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La ciudad de Dios

reprende, entre las justas que establece y entre las ca lamidades con que amenaza que habían de suceder al pueblo por sus pecados, profetizó asimismo muchas más cosas que los otros de Cristo y de su Iglesia, esto es, del rey y de la ciudad que fundó este rey, lo cual desempeña con tanta exactitud y escrupulosidad, que algunos llegaron á persuadirse de que más es evangelista que profeta. Con todo, por abreviar y poner fin á esta obra, de muchas pondré una sola aquí. Hablando en persona de Dios Padre, dice (1): «Mi siervo procederá con prudencia, será ensalzado y sobremanera glorificado. Así como han de quedarse muchos absortos en verle (tan fea pintarán los hombres su hermosura y tanto obscurecerán su gloria), así también se llenarán de admiración muchas naciones de contemplarle y los reyes cerrarán su boca, porque le verán los que no tienen noticia de él por los profetas, y los que no oyeron hablar de él le conocerán y creerán en él. ¿Quién habrá que nos oiga que nos dé crédito? Y el brazo del Señor, á quién se lo revelaron? Le anunciaremos que nacerá pequeño, como una raíz de una tierra seca que no tiene forma ni hermosura. Le vimos y no tenía figura ni gracia, sino que su figura era la más abatida y fea de todos los hombres; un hombre todo llagado y acostumbrado á tolerar dolencias, porque su rostro estaba desfigurado y él afrentado, sin que ninguno hiciese estimación de él. Y realmente él llevaba sobre sí nuestros pecados, y nosotros pensábamos que en sí mismo tenía dolores, llagas y aflicciones; pero él efectivamente era llagado por nuestras culpas, afligido y maltratado por nuestros pecados, y el castigo, causador de nuestra paz, descargaba sobre él y con aus llagas sanábamos todos. Todos como ovejas habíamos errado, siguiendo (1) Isaias, cap. XIII y LII.