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La ciudad de Dios

turaleza, no puede pecar; pero el que participa de Dios, de Dios le viene el no poder pecar. Fué conforme á razón que se observasen estos grados en la divina gracia, dándonos el primer libre albedrío con que pudiese no pecar el hombre, y el último con que no pudiese pecar, á fin de que el primero fuese para adquirir mérito y el segundo para recibir el premio. Mas porque pecó esta naturaleza cuando pudo pecar, con más abundante gracia la pone Dios en libertad hasta llegar á aquella libertad en que no puede pecar. Porque así como la pri—mera inmortalidad que perdió Adán pecando fué el no poder morir, y la última será no poder morir, así el primer libre albedrío fué el poder no pecar, y el último no poder pecar. Así será inadmisible y eterno el amor y voluntad de la piedad y equidad, como lo será el de la felicidad: pues, en efecto, pecando no pudimos conservar la piedad ni la felicidad; pero la voluntad y amor de la felicidad, ni aun perdida la misma felicidad la perdimos. Por cuanto el mismo Dios no puede pecar, ¿habremos de negar que tenga libre albedrío? Tendrá aquella Ciudad una voluntad libre, una en todos y en cada uno inseparable, libre ya de todo mal y libre de todo bien, gozando eternamente de la suavidad de los gozos eternos, olvidada de las culpas, olvidada de las penas, y no por eso olvidada de su libertad, por no ser ingrata á su libertador.

En cuanto toca á la ciencia racional, se acordará también de sus males pasados; pero en cuanto al sentido y experiencia, no habrá memoria de ellos; como un médico perito en su facultad sabe y conoce casi todas las enfermedades del cuerpo según se han descubierto y se tiene noticia de ellas por esta ciencia, pero no sabe cómo se sienten en el cuerpo muchísimas que él no las ha padecido. Así como se pueden conocer los males de dos maneras, una con las potencias del alma y otra con