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La ciudad de Dios

corpóreas. Quizá esta tan singular virtud de ver se la dió por tiempo en este cuerpo mortal á los ojos del santo varón Job, cuando dice á Dios: «Con el oído de la oreja te oía primero; pero ahora mis ojos ten ven, por lo cual me tuve en poco á mí mismo, y me consumí y me tuve por tierra y ceniza». Aunque no hay obstáculo para entender aquí los ojos del corazón, de los cuales dijo el Apóstol: «que os alumbre los ojos de vuestro corazón». Que con ellos veremos á Dios cuando le hubiéremos de ver, no hay cristiano que lo dude si fielmente entiende lo que dice nuestro Divino Maestro: «Bienaventurados los límpios de corazón, porque ellos verán á Dios». Pero la cuestión de que ahora tratamos es, si también con los ojos corporales veremos á Dios, pues lo dice la Escritura: «que toda carne verá al Salvador de Dios», sin género de dificultad se puede entender así, como si se dijera: y todo hombre veră al Cristo de Dios, el cual sin duda se dejó ver en cuerpo, y en cuerpo le veremos cuando viniere á juzgar los vivos y los muertos. Hay otros muchos testimonios de la Escritura que comprueban que él sea el Salvador de Dios; pero los que con más evidencia lo declaran, son las palabras de aquel venerable anciano Simeón, que habiendo recihido en sus manos al niño Cristo, dijo: «Ahora despides, Señor, á vuestro siervo en paz, ya que han visto mis ojos á vuestro Salvador». Y también lo que dice Job, como se halla en en los ejemplares que están traducidos del hebreo: «y en mi carne veré á Dios», es sin duda profecía de la resurrección de la carne, con todo no dijo por mi carne, lo cual si dijera se pudiera entender Dios Cristo, á quien se verá por la carne en la carne.

Puede también tomarse en mi carne veré á Dios», como si dijera, en mi carne estaré cuando veré á Dios.

Lo que dice el Apóstol: «cara á cara», no nos excita á

Tomo IV.
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