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San Agustín

cuya compañía gozaremos de la misma santa y dulcísima Ciudad, de la cual hemos escrito tantos libros.

De la misma conformidad, supesto que son los ángeles nuestros los que son ángeles de Dios, como Cristo de Dios es nuestro Cristo, son de Dios, porque no dejaron á Dios; son nuestros, porque comenzaron á tenernos por sus ciudadanos; y así dijo nuestra Señor Jesucristo: «Mirad, no despreciéis á uno de estos pequeñuelos, porque os digo ciertamente que sus ángeles en los Cielos siempre están viendo la cara de mi Padre, que está en los Cielos»: como la ven los espíritus angélicos, así también la veremos nosotros; pero no la vemos ahora así, y por ello dijo el Apóstol lo que antes indiqué: «Vemos al presente por espejo en enigma, pero entonces veremos cara á cara». Esta visión intuitiva se nos guarda por medio de nuestra fe, de la cual, hablando el apóstol San Juan, dice: «Cuando apareciere, seremos semejantes á él, porque le veremos como es en si». Por la cara de Dios hemos de entender su manifestación, y no algún miembro, como el que tenemos en nuestro cuerpo y le llamamos cara.

Cuando me preguntan qué han de hacer los santos en aquel cuerpo espiritual, no digo lo que veo, sino lo que creo, conforme a lo que leo en el Real Profeta: «creo, y conforme á esta creencia hablo». Digo, pues, que han de ver á Dios en el mismo cuerpo; pero no es cuestión pequeña la de si le veremos como por su mediación vemos ahora al sol, luna y estrellas, el mar, la tierra y cuanto hay en su ámbito. Es cosa dura decir que los santos tendrán entonces tales cuerpos, que no puedan cerrar y abrir los ojos cuando quisieren; pero más duro es decir que quien cierre los ojos no verá á Dios. Porque si el profeta Eliseo, estando ausente del cuerpo, vió á su criado Giezi cómo tomaba los dones que le presentaba Naamán Siro, á quien dicho profeta había.