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San Agustín

cance las virtudes, con cuyo auxilio pelee prudente, fuerte, templada y justamente contra los errores y los demás vicios naturales, y á éstos los venza, no pretendiendo ni deseando otra felicidad que la posesión y visión intuitiva de aquel sumo é inmutable bien. Lo cual, aunque no lo haga la misma capacidad que Dios crió de semejantes bienes en la naturaleza racional, con todo, ¿quién podrá decirlo como conviene, quién imaginar cuán grande sea el bien, cuán admirable esta obra estupenda del Omnipotente? Porque además de las ciencias necesarias para vivir bien y ilegar á conseguir la felicidad inmortal, á las cuales llamamos virtudes, y se conceden únicamente por la gracia de Dios, que está en Cristo, á los hijos de promisión y del reino, ¿acaso no son tantas y tan estimables las artes que ha inventado y ejercitado el ingenio humano, parte necesarias y parte voluntarias, que la fuerza y natural tan excelente del espíritu y de la razón, aun en las cosas superfluas, ó por mejor decir, en las peligrosas y perniciosas que apetece, declara y da testimonio de cuán grandes bienes tenga en la naturaleza con que pudo inventar estas artes, aprenderlas y ejercerlas? ¿A cuán maravillosas y estupendas obrasa haya llegado la industria humana on materia de vestidos y edificios, cuánto hayan aprovechado y adelantado en la agricultura, cuánto en la navegación, los proyectos que ha inventado y experimentado felizmente en la fábrica y construcción de todo género de vasos, en la hermosa variedad de las estatuas y pinturas, las cosas que ha maquinado para hacer y representar en los teatros, admirables á los que las vieron é increibles á los que las oyeron; tantas y tan grandes cosas como ha hallado para cazar, matar y domar fieras y bestias agrestes; y contra los mismos hombres, tanta especie de venenos, armas y máquinas? ¿Y para conservar y reparar la salud de los mortales, cuántos