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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XXIV

De los bienes de que el Criador llenó también esta vida sujeta á la condenación.


Pero consideremos al presente esta misma miseria del linaje humano, la cual redunda en alabanza de la justicia del Señor, que la castiga de cuan grandes y cuan innumerables bienes la llenó la bondad de aquel mismo que gobierna con su prudencia divina todo lo que crió. Lo primero, aquella bendición que le echó antes de pecar, diciendo: «creced, multiplicaos y llenad la tierra», no la quiso revocar después del pecado, y así quedó y perseveró en la generación y descendencia condenada el don de la fecundidad concedida, y aquella admirable virtud de las semillas, ó, por mejor decir, aquella más admirable con que se crían igualmente las semillas, impresa en los cuerpos humanos, y en cierto modo engastada y entretejida, no nos la quitó el vicio del pecado que pudo imponernos la necesidad del morir, sino que lo uno y lo otro corre juntamente con este casi inagotable río del linaje humano; asi el mal que heredamos de nuestro padre,, como el bien de que el Criador nos hizo merced. En el mal originai hay dos cosas, el pecado y el castigo. En el bien original hay otras dos, la propagación y conformación; pero en lo tocante á los males, que es de lo que al presente tratamos, el uno de los cuales nos provino de nuestro atrevimiento, esto es, el pecado, y el otro es justo juicio de Dios, esto es, el castigo, ya hemos dicho lo suficiente.

Ahora pretendo hablar de los bienes que Dios hizo, y no deja de hacer todavía á la misma naturaleza corrupta aun y condenada, porque cuando la condenó no la quitó todo lo que la había dado, pues de otra suerte