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San Agustín

con la innumerable variedad de sus embelecos, y aunque con tales visiones no los muden y reduzcan á su parcialidad, los engañan y alucinan los sentidos sólo por el deseo que tienen de persuadirles la falsedad.

Del infierno de esta vida miserable ninguno nos puede librar sino la gracia del Salvador, Cristo, Dios y Señor nuestro; porque esto significa el nombre del mismo Jesús, que quiere decir Salvador, especialmente para que después de esta vida no vayamos á la miserable y eterna, no vida, sino muerte. Pues en ésta, aunque tengamos grandes consuelos de medicinas y remedios por medio de cosas santas y de los Santos, con todo, no siempre se conceden estos beneficios á los que los supliean, porque no se pretenda y busque por causa de ellos la religión, la cual se debe buscar más para la otra vida, donde no habrá género de mal. Y para este efecto, particularmente á los más escogidos y mejores, ayuda la gracia en esos males, para que los toleren y sufran con corazón tanto más valeroso y fuerte cuanto más fiel, para lo cual, los sabios de este siglo dicen también aprovecha la filosofía; y la verdadera, como dice Tulio, los dioses la concedieron á muy pocos. Ni á los hombres, añade, dieron ó pudieron dar don ó dádiva mayor, en tanto grado, que aun los mismos contra quienes disputamos son impelidos & confesar que es necesaria la divina gracia para conseguir, no cualquiera filosofía, sino la verdadera. Y si á pocos ha concedido Dios el único socorro de la verdadera filosofía contra las miserías de esta vida, también de esta doctrina se deduce cómo el linaje humano está condenado á pagar las penas de las miserias. Y así como no hay (como lo confiesan) don divino ninguno mayor que éste, así se debe creer que no le da otro Dios, sino aquel á quien aun los mismos que adoran muchos dioses confiesan que es el mayor de todos.