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San Agustín

das de bienes, los cautiverios, las prisiones, las cárceles, los destierros, los tormentos, las laceraciones de miembros y privación de los sentidos hasta la opresión del cuerpo para saciar el torpe apetito del opresor, y otras muchas operaciones horribles? ¿Qué diré de infinitos casos y accidentes que se temen no sucedan exteriormente al cuerpo de frios, calores, tempestades, lluvias, avenidas, relámpagos, truenos, granizo, rayos, terremotos, aberturas de tierras, opresiones de ruinas, de los tropiezos, espantos, ó también de la malicia de las caballerías; de tantos tosigos y venenos de plantas, aguas, aires, bestias y fieras, de las mordeduras sólo molestas ó también mortíferas, de la hidrofobia que dimana de la mordedura del perro rabioso, de manera que á veces de una bestia que es apacible y leal á su dueño nos guardamos con más rigor que de los leones y dragones, porque el hombre que acierta á morder lo hace con el pestilencial contagio rabioso, de suerte que viene á ser temido de sus padres, esposa é hijos más que cualquiera bestia? ¿Qué de infortunios padecen los navegantes? ¿Y cuáles los que caminan por tierra? ¿Quién hay que camine que no esté sujeto á mil desastres impensados? Vuelve uno de la plaza á su casa, cas en tierra, teniendo sanos los pies, se quiebra un pie y de aquella herida pierde la vida. El Sacerdote Heli cayó de la silla en que estaba sentado, y murió. Los labradores, ó, por mejor decir, generalmente todos los hombres, ¿de cuántos fracasos y accidentes no temen que sucedan á los sembrados y frutos del campo, ocasionados de las malignas influencias del cielo, de la tierra y de los animales perniciosos? Y aunque estén ya asegurados de la cosecha del grano que tienen recogido y encerrado en las trojes, sin embargo, á algunos, como lo hemos visto, la repentina avenida de un río, huyendo los hombres de su furia, les ha llevado