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San Agustín

tor, definir á Dios como pudo, dijo que era un espíritu libre, ajeno de toda mixtión y composición mortal, que lo siente y mueve todo, y tiene movimiento eterno. Esto lo halló y sacó de los libros y doctrinas de los grandes filósofos. Por hablar en el lenguaje de ellos, ¿cómo se le esconde alguna cosa al que todo lo siente, ó cómo se le escapa irrevocablemente al que todo lo mueve? Por lo cual nos conviene ya resolver aquella cuestión, que parece la más dificultosa de todas, donde se pregunta: euando acontece que la carne del hombre muerto se convierte en la carne de otro hombre vivo, que la ha comido, á cuál de los dos se le ha de restituir en la resu rrección esta carne? Porque si uno, estando muerto de hambre, forzado comiese de los cuerpos muertos de los otros hombres, cuya desventura, que ha acontecido en algunas ocasiones, no sólo nos lo dicen las historias, sino que la infeliz experiencia de nuestros tiempos nos lo enseña: ¿acaso habrá alguno que con razón y verdad pretenda que todo aquello se resolvió por los albañares de abajo, y que nada de ello se mudó y convirtió en su carne, pues la misma flaqueza que hubo, y ya no la hay, bastantemente nos manifiesta los vacíos y daños que se suplieron con aquellos alimentos? Poco antes propuse algunas particularidades, que pueden y deben valer para resolver esta dificultad. Porque todo lo que consumió de las carnes el hambre, sin duda se convirtió en aire, y ya dijimos que Dios Todopoderoso puede restablecer lo que se disipa. Se restituirá al hombre aquela carne en quien primero comenzó á ser carne humana; pues respecto del otro, se debe tener como tomada de prestado y como deuda se le ha de restituir á la parte de donde se tomó. La carne que el hambre despojó, la restituirá el que puede restablecer lo que se exhaló en aire. Aun en el caso de que se hubiera deshecho y pereciera del todo y no hubiera quedado materia algu-