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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XX

Que en la resurrección de los muertos, la naturaleza de los cuerpos, que estarán deshechos, será renovada del todo y en todas sus partes.


No sé cómo nos aficionamos de tal suerte á los bienaventurados mártires, que deseamos ver en aquel reino en sus cuerpos las cicatrices de las heridas que sufrieron por el nombre de Cristo, y acaso las veremos: porque en ellos no será deformidad, sino dignidad, y resplandecerá una cierta hermosura, aunque en cuerpo, si no de virtud; y no porque á los mártires les bayan cortado algunos miembros han de estar sin ellos en la resurrección de los muertos, supuesto que les dijo Dios: «no se os perderá un cabello de vuestra cabeza», sino que si fuera decente que en aquel nuevo siglo se vean en la carne inmortal las señales de las gloriosas llagas en la parte donde los miembros fueron heridos, lacerados ó estropeados, allí se verán las cicatrices, no con la pérdida pasada, sino con la restitución de los mismos miembros. Así que, aunque entonces no haya vestigio de las imperfecciones y vicios que adquirieron los cuerpos, con todo, no deben Ilamarse ni tener por vicios las señales de la virtud.

Es un absurdo y desatino pensar que no pueda la omnipotencia del Criador, para resucitar los cuerpos y vol verlos á la vida, revocar todo aquello que consumió, ó la bestia ó el fuego, ó lo que deshizo en polvo ó en ceniza, ó se resolvió en agua, ó se exhaló en aire. Absurdo es y disparate que haya seno ó secreto en la naturaleza que tenga algún arcano tan abstracto y escondido á nuestros sentidos, que ó se le oculte á la noticia del Criador de todas las cosas, ó se le escape y. exima de su potestad. Queriendo Cicerón, aquél célebre escri

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