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La ciudad de Dios

con la mutabilidad de la materia se convertirán en la misma carne, para que tengan allí cualquier lugar del cuerpo, guardando la congruencia de las partes; aunque lo que dice el Señor: «que no perecerá un cabello de vuestra cabeza», se puede entender con más propiedad, no del largo de los cabellos, sino del número. Por eso se dice en otra parte, «están contados todos los cabellos de vuestra cabeza». No digo esto porque se presuma que se le ha de perder parte alguna á ningún cuerpo de lo que naturalmente tenía, sino lo que le na ció deforme y feo (no por otro motivo sino para manifestarnos cuán penosa sea la actual condición de los mortales) ha de volver á ser de manera que quede la integridad de la substancia y perezca la fealdad. Porque si entre los hombres un artífice puede á una estatua que sacó fea por un accidente imprevisto, fundirla y volverlu á hacer muy hermosa, de suerte que en ella no se pierda cosa alguna de la substancia, sólo sí la fealdad, y si en la primera figura había alguna parte indecente, y no correspondía á la igualdad de las demás, puede no cortarlo y separarlo del todo de la materia, de la cual lo había costruído, sino esparcirlo y mezclarlo todo de manera que ni cause fealdad ni disminuya la cantidad. ¿Qué debemos imaginar del artífice que es Todopoderoso? ¿No podrá acaso destruir todas las fealdades de los cuerpos humanos, no sólo las ordinarias, sino también las que fueren raras y monstruosas, que son propias de esta vida miserable, y muy ajenas de la futura bienaventuranza de los santos, de forma que cualesquiera que sean las superfluidades de la substancia corporal (en efecto superfluidades, aunque naturales, pero indecentes y horribles), se quiten sin ningún menoscabo y disminución de la substancia?

Así no tienen que temer los que fueron de comple-