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La ciudad de Dios

ción. Pues al principio de la creación del humano linaje, cuando de la costilla que extrajo Dios del costado del varón que estaba durmiendo, formó á la mujer, convenía ya entonces con este maravilloso prodigio profetizar á Cristo y á la Iglesia, en atención á que aquel sueño del hombre era símbolo de la muerte de Cristo, cuyo costado, estando difunto suspenso en la eruz, fué abierto con la lanza, saliendo de la herida sangre y agua, que sabemos son los Sacramentos sobre los que se edifica la Iglesia. De esta expresión usó — también la Escritura, pues no dijo formó, fingió, sino «edificó la costilla en mujer». Por ello el Apóstol á lo que es la Iglesia llama edificación del cuerpo de Cristo.

La mujer es, pues, criatura y hechura de Dios como el hombre; pero en haberse formado del hombre se nos encomendó la unidad; el hacerla de aquella manera fué figura, como he dicho, de Cristo y de la Iglesia, y el que crió ambos sexos, ambos los restituirá. Finalmente, el mismo Señor Cristo Jesús, preguntado por los saduceos que negaban la resurrección, de cuál de siete hermanos sería la mujer que todos ellos habían sucesivamente tenido por esposa, procurando cada uno conforme á la ley resucitar la descendencia del hermano, les dijo: «andáis errados, no entendiendo las Escrituras ni la virtud de Dios». Y en lugar de decir: aprovechando la ocasión esta mujer que me preguntáis será hombre y no mujer; no lo dijo, sino que «en la resurrección ni las mujeres, ni los hombres se casarán, sino que serán como los ángeles de Dios en el cielo». Iguales á los ángeles, sin duda en la inmortalidad y bienaventuranza, .no en la carne, ni tampoco en la resurrección, de que no tuvieron necesidad los ángeles, porque no pudieron morir. Así que dijo el Señor que no había de haber casamientos en la resurrección, mas no que no había de haber mujeres, y lo dijo donde se trataba de una cues-