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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XIV

Si los niños han de resucitar con el cuerpo que tuvieran si hubiesen crecido en edad.


Diremos de los niños que no han de resucitar en la pequeñez de cuerpo en que murieron, sino que lo que se les había de añadir con el discurso del tiempo, eso habrán de recobrar con aquella operación maravillosa y prestísima de Dios; pues en las citadas palabras del Señor, donde dice: «no perecerá un cabello de vuestra cabeza»», lo que dice es que no les faltará lo que antes tenían; pero no niega que tendrán lo que les faltaba.

Y al niño que murió le faltaba la cantidad perfecta de su cuerpo, porque á un niño perfecto sin duda que le falta la perfección de la grandeza del cuerpo, la cual, conseguida, no tiene ya que crecer más. Esta especie de perfección de tal suerte la tienen todos, que con ella se coneiben y nacen; pero la tienen virtualmente y en potencia, y no en la cantidad y grandeza, de la manera que todos los mismos miembros están ya ocultamente contenidos en el semen, aunque á los que han nacido ya les faltan algunos, como son los dientes y otras cosas semejantes. En esta virtud y potencia, impresa naturalmente en la materia corporal de cada uno, parece que está en cierto modo, por decirlo así, urdido y tramado lo que aún no es, ó, por mejor decir, lo que está oculto y se descubrirá en el tiempo venidero. En ella el niño que ha de ser pequeño es ya pequeño ó grande.

Según esta virtud y potencia en la resurrección del cuerpo no tememos los menoscabos del cuerpo, pues aunque la igualdad de todos hubiera de ser de tal conformidad que todos fueran de estatura de gigantes, los que fueron gigantes en este mundo nada perderían en