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La ciudad de Dios

mero que en su carne nos manifestó la inmortalidad de la resurrección, la cual nos prometió que conseguiríamos nosotros, ó al principio del nuevo siglo, ó al fin de éste.



CAPÍTULO XI

Contra los platónicos que, por la gravedad natural de los elementos, arguyen que el cuerpo terreno no puede estar en el cielo.


Contra este tan singular don de Dios, estos preocupados argumentos cuyos raciocinios sabe Dios que son fútiles y vanos, arguyen con sutileza, fundándose en la natural gravedad de los elementos, porque aprendieron en los dogmas y doctrina de Platón que los dos cuerpos del mundo, los mayores y los más extremos están coligados y continuados con los dos me dios, es saber, con el aire y con el agua. Según este principio, dicen ellos, supuesto que desde aquí, elevándose hacia arriba, la tierra es la primera y la segunda el agua sobre la tierra, el tercero el aire sobre el agua, el cuarto sobre el aire el cielo, no puede estar sobre el cuerpo terreno en el cielo, porque todos los elementos están balanceados con sus respectivos pesos, para que guarden y tengan su propio lugar. Ved aquí con qué argumento contradice á la divina omnipotencia la flaqueza humana, en quien domina la vanidad, figurando en el aire tantos cuerpos terrenos, siendo el aire el tercero en orden á la tierra, á no ser que el que pudo dar á los cuerpos terrenos de las aves, por medio de la ligereza de sus plumas, facultad para que pudiesen andar por el aire, no podrá dar á los cuerpos de los hom-