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La ciudad de Dios

en pie mientras se lefa el memorial. Estábalos mirando todo el pueblo, hombres y mujeres, y veían al uno sin aquella terrible y extraña conmoción, y á la otra temblando en todos sus miembros. Y los que no habían visto á él, advertían el prodigio que había obrado en él la misericordia divina; porque veían lo que en él debían agradecer a Dios, y lo que por ella le debían pedir. Habiéndose leído su memorial, mandé que se quitasen de allí delante del pueblo, y comencé á exponer más circunstanciadamente aquel feliz suceso, cuando, estando yo en esta plática, oímos otras voces de nuevas congratulaciones por la misma relíquia del bienaventurado mártir. Volvieron hacia allá los que me estaban oyendo, y empezaron á correr apresuradamente; porque Paladia, luego que bajó de las gradas donde había estado, se había ido á encomendar al santo mártir, y al tocar con las rejas, cayendo asimismo en tierra, como en un sueño se levantó sana. Estando yo preguntando qué era lo que había sucedido, y la causa de aquel festivo rumor, entraron con ella en la Iglesia donde estábamos, trayéndola sana de la capilla del santo mártir. Levantóse entonces tan extraordinario clamor y admiración de . hombres y mujeres, que parecía que las voces y las lágrimas nunca habían de cesar. Condujéronla al mismo puesto donde poco antes había estado temblando. Alegrábanse de verla vuelta semejante á su hermano los que se habían condolido antes de verla quedar tan desemejante. Y aunque no habían aun hecho su oración por ella, con todo, veían ya cómo tan presto había oído Dios su previa y anticipada voluntad. Oíanse las voces alegres en alabanzas de Dios, sin pronunciar palabra, con tanto ruido que apenas lo podiamos tolerar, según nos aturdian. ¿Qué habría en los corazones de los que así se regocijaban, sino la fe de Cristo, por la cual se derramó la sangre de San Esteban?