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San Agustín

como antes, aun cuando dormía. Admirados los que estaban presentes, temiendo unos y lastimándose otrosquisieron algunos levantarle, pero otros se lo impidieron diciendo que era más conveniente esperar á ver en qué paraba. En este tiempo se levantó, y no temblaba, porque estaba ya sano, y miraba á los que le observaban. ¿Quién, pues, de cuantos le miraban dejó de alabar á Dios? Llenóse toda la Iglesia de las voces de los que clamaban y bendecían á Dios: desde allí acudieron á mí corriendo donde estaba sentado para salir. Vienen atropellándose unos á otros, contando el último como cosa nueva lo que habia ya referido otro antes. Y estando yo muy contento, y en mi interior dando gracias á Dios, entró también él mismo con otros muchos, inclinóse á mis rodillas, y levantóse para recibir mi paz; salimos a la presencia del pueblo, estaba llena la Iglesia y resonaban por todas partes los ecos de las voces de alegría de los que por uno y otro lado clamaban sin que ninguno callase, á Dios gracias, á Dios alabanzas.

Saludé al pueblo, y volvían á clamar lo mismo con mayor fervor y en más alta voz. En fin, sosegados y estando ya en silencio, leyéronse las solemnidades de la Sagrada Escritura, y al llegar á mi sermón hablé muy poco de la doctrina alusiva al tiempo presente, y de aquella actual alegría; porque antes quise dejar que ellos en la contemplación de aquel divino prodigio gustasen de cierta celestial elocuencia, no oyéndola, sino meditándola. Comió en mi compañía el hombre, y me refirió muy por menor toda la historia de la común ca lamidad suya, de su madre y hermanos. Así que, el día siguiente, después de concluído el sermón, proinetí que otro día se recitaría al pueblo la relación de aquel milagro. Lo hice el tercero día de Pascua en las gradas de la exedra ó coro, donde desde mi asiento hablaba al pueblo. Dispuse que estuviesen allí los dos hermanos