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San Agustín

librose de ella por la reliquia del insinuado santo mártir, que condujo allí el obispo Posidio.

Este mismo, después, adoleciendo de otra enfermedad, estaba rendido y muerto, de manera que le ataban ya los dedos pulgares; pero con los auxilios del dicho santo mártir, habiendo traído de su capilla la túnica del mismo sacerdote y poniéndola sobre el cuerpo como estaba echado, resucitó.

Hubo en el mismo pueblo un hombre de linaje ilustre, llamado Marcial, ya muy anciano y acérrimo enemigo de la religión cristiana; tenía una hija cristiana y un yerno que se había bautizado en aquel año, los cuales, como cayese enfermo, le pidieron con muchos ruegos y lágrimas que se convirtiese, haciéndose cristiano; pero no quiso por más insinuaciones que se le hicieron, y los echó de sí con mucha cólera y enojo. Su yerno tuvo por conveniente acudir á la reliquia de San Esteban y rogar por él cuanto pudiese, para que Dios le diera un santo espíritu á fin de que no dilatase más en creer en la fe de Cristo. Hízolo con singulares suspiros y lágrimas, y con ardiente afecto lleno de verdadera caridad, y al salir de la capilla tomó algunas flo res del altar y por la noche se las puso debajo de la cabecera, y así se fué sosegado á dormir. Antes de amanecer empieza á dar voces, diciendo que vayan incontinenti á llamar al obispo, que entonces se hallaba conmigo en Hipona, y habiéndole respondido que estaba ausente, pidió que le trajesen sacerdotes. Vinieron, y luego dijo que creía en la verdadera fe. Este enfermo, mientras vivió, siempre tuvo en su boca estas santas palabras: Cristo, recibe mi espíritu, no sabiendo que estas expresiones fueron las últimas que pronunció el bendito mártir San Esteban cuando le apedrearon los judíos, con las cuales, al poco tiempo terminó su vida Marcial.