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La ciudad de Dios

unos mancebos que se hallaron allí casualmente, y burlándose de él, cuando se marchó, le siguieron dándole vaya, como á quien había pedido á los mártires cincuenta óbolos para comprar la capa. Pero andando el sastre sin responder una sola palabra, vió en la costa un pez muy grande palpitando, que le había arrojado de sí el mar, y con la ayuda de aquellos mancebos le cogió y vendió á un bodegonero que se llamaba Carchoso, buen cristiano, diciéndole lo que había sucedido, en trescientos óbolos, pensando comprar con ellos lana, para que su mujer le hiciese como mejor pudiese alguna ropa con que vestirse. Pero el bodegonero, abriendo el pez, halló en su vientre un anillo de oro, y movido á compasión, y temeroso de Dios, se le dió al sastre, diciendo: ves aquí como te han dado de vestir los veinte mártires.

Cerca de los baños de Tibili, llevando el obispo Proyecto las reliquias del glorioso mártir San Esteban, acudió á adorarlas un concurso muy numeroso de gente.

Allí una mujer ciega pidió que la llevasen delante del obispo que traía los santas reliquias, dióle unas flores que llevaba, volviólas á recibir, acercólas á los ojos, y al punto vió con grande admiración de los que lo vieron; iba muy alegre delante de todos, sin tener ya necesidad de quien la guiase por el camino.

Llevando la reliquia del mismo santo mártir, que está en la villa Synicense, comarcana á la colonia Hiponense, Lucilo, obispo del mismo pueblo, precediendo y siguiendo todos los habitantes, de repente se halló sano, llevando consigo aquel santo tesoro, de una fístula que desde hacía mucho tiempo le molestaba, y aguardaba á que se la abriese un médico muy amigo suyo. Después, jamás la halló en su cuerpo.

Eucario, sacerdote, natural de España, viviendo en Calama, padecía mucho tiempo había dolor de piedra;