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San Agustín

I 402 SAN AGUSTIN nombrando todos los miembros que amenazaba se los había de hacer pedazos al salir, y diciendo estas expresiones salió del hombre; pero quedó á éste colgando sobre la mejilla un ojo pendiente de una venilla, como de la raiz interior, y la pupila, que solía estar negra, se había ya vuelto blanca; advirtiendo esta deformidad los que estaban presentes, porque habían concurrido ya otros á las voces que daba, y todos se habían puesto por él en oración, aunque se alegraban de verle que estaba ya en su sano juicio, por otra parte estaban afligidos por causa del ojo, y decían que se llamase un médico. A la sazón el marido de una hermana suya que le había conducido á aquel lugar, dijo: poderoso es el Señor que ahuyentó al demonio por las oraciones de sus santos para restituirle también la vista. Y como mejor pudo, tomando el ojo caído y pendiente, y volviéndolo á su propio lugar, se le ató con un orario ó venda, y no permitió que se lo desatasen hasta pasados siete días, lo cual ejecutado, le halló ya sano y restituida la vista.

Sanaron también otros muchos, y sería extendernos demasiado el numerarlos todos.

Conozco una doncella de Hipona que habiéndose untado con el aceite en que un sacerdote, rogando por ella, había derramado sus lágrimas, quedó inmediatamente sana y libre del demonio.

También sé que un obispo oró una vez por un joven que estaba ausente, y no le veía, y al punto le dejó el demonio, que se había posesionado de él.

Había en nuestra Hipona un anciano llamado Florencio, hombre devoto y pobre que se sustentaba con lo que le producía su oficio de sastre: había perdido su capa, y no tenía con qué comprar otra; púsose en oración delante de los veinte mártires, cuya Iglesia con sus reliquias tenemos muy célebre y suntuosa; pidió en voz clara y perceptible que le vistiesen; oyeron su ruego