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La ciudad de Dios

Pero viendo ya libre su casa de aquella vejación, le entró un gran cuidado sobre qué haría de aquella tierra, á la cual por reverencia no quería conservar más tiempo en aquel aposento. Sucedió casualmente que yo y mi compañero, que era Maximino, obispo entonces de la Iglesia sinicense, nos hallamos allí cerca: nos rogó que fuésemos allá, y fuimos. Y habiéndonos referido todo el suceso, nos pidió igualmente en particular que enterrásemos áquella tierra en alguna parte, y se construyese allí un oratorio donde pudiesen congregarse los cristianos á celebrar los misterios sagrados; accedimos á su ruego, y así se verificó.

Había allí un mancebo paralítico, de ejercicio labra dor, que teniendo noticia del insinuado prodigio, pidió á sus padres que le condujesen sin dilación á aquel santo lugar, lo cual ejecutado, oró, y al momento salió de allí sano por sus pies.

En una aldea que se llama Victoriana, que dista de Hipona la Real menos de treinta millas, hay una reliquia de los santos mártires de Milán, Gervasio y Protasio. Llevaron allí un joven, que estando al medio día, en tiempo de estío, bañando un caballo en lo profundo de un río, se le entró un demonio en el cuerpo, y encontrábase tendido en el suelo, próximo á la muerte, ó casi como muerto, cuando entró la señora del pueblo, como acostumbraba, á rezar en la capilla los himnos y oraciones vespertinas con sus criadas y ciertas beatas, y comenzaron á cantar sus himnos. A estas voces el joven, como si le hubieran herido gravemente, se levantó, y dando terribles bramidos, se asió del altar, y le tenía fuertemente agarrado, sin atreverse á moverle, ó no pudiendo, como si con él le hubieran atado ó clavado, y pidiendo con grandes lamentaciones que le dejasen, confesaba el demonio dónde, cuándo y cómo había entrado en aquel mozo. Al fin, prometiendo que saldría de allí, fué TOMO IV.