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San Agustín

médicos, aprestando todo lo que exigía la próxima operación, sacando la horrible herramienta, estando todos atónitos y suspensos, animando al desmayado y consolándole los que allí tenían más autoridad, componen en la cama los miembros del paciente para la comodidad de la mano del que había de hacer la abertura, desatan las ligaduras, descubren la herida, mírale el médico, y armado ya y atento, busca aquel seno que debía abrirse.

Escudriñalo con los ojos, tiéntalo con los dedos, y al fin, buscando y examinado todo, halló una firmísima cicatriz. La alegría, alabanzas y acciones de gracias que dieron todos llorando de contento, no hay que fiarlo á mis razones y expresiones patéticas; mejor es considerarlo que decirlo.

En la misma ciudad de Cartago, Inocencia, mujer devotísima y de las principales señoras de aquella ciudad, tenía un zaratán en un pecho, dolencia, según dicen los médicos, que no puede curarse con medicamento alguno, y por eso se suele cortar y separar del cuerpo el miembro infecto donde nace, para que el doliente viva algun tiempo más; porque, según sentencia de Hipócrates, como dicen los fisicos, de alli ha de resultar la muerte, y más ó menos tarde es necesario abandonar del todo la cura. Así lo babía insinuado á la paciente un médico perito y muy familiar y afecto de su casa, por lo que ella se acogió solamente á Dios con aus fervorosas oraciones. Adviértela en sueños, aproximándose ya la Pascua, que cuando se hallase presente á las solemnidades del bautismo en el puesto ó lugar designado á las mujeres, cualquiera de las bautizadas que primero se encontrase con ella la santiguase la parte dañada con la señal de Jesucristo: así lo hizo, y al punto sand. El médico que la había dicho que no hiciese ningún remedio si quería prolongar algo más su vida, viéndola después y hallando enteramente sana á la