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San Agustín

CAPÍTULO VII

Que fué virtud divina y no persuasión humana que el mundo oreyese en Cristo.

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Aunque es ridiculez hacer mención de la falsa divinidad de Rómulo cuando hablamos de Cristo, sin embargo, habiendo vivido Rómulo casi seiscientos años antes de Scipión y confesando que aquel siglo estaba ya ilustrado y cultivado con el estudio de las ciencias, de manera que no creía lo que no es posible después de seiscientos años en tiempo del mismo Cicerón y especialmente en lo sucesivo, reinando ya Augusto y Tiberio, es á saber, en tiempos más ilustrados, ¿cómo pudiera admitir el entendimiento humano la resurrección de la carne de Cristo y su ascensión á los cielos como suceso posible? Mofándose de ella, no la escuchara ni admitiera, si no probaran y demostraran que pudo ser, y que fué así la divinidad de la misma verdad ó la verdad de la divinidad, y los testimonios evidentes de los milagros, de forma que por más terror y contradicción que pusieron tantas y tan grandes persecuciones, la resurrección é inmortalidad de la carne que precedió en Cristo y la que después ha de suceder en los demás allá en el nuevo siglo, no sólo fue creída fielmente, sino predicada con heroico valor, sembrada por toda la redondez de la tierra y regada con la sangre de los mártires para que brotara, se fomentara y creciera con más abundancia y fecundidad, pues se leían los anuncios de los profetas, concurrían las señales, prodigios y virtades, y la verdad, aunque nueva al sentido y uso ordinario, mas no contraria á la razón, penetraba en los espíritus hasta que todo el orbe, que persiguió con extrano furor y crueldad, la siguió y abrazó con la fe católica.