Página:La ciudad de Dios - Tomo IV.pdf/393

Esta página no ha sido corregida
391
La ciudad de Dios

conseguir aquella salud con la cual permaneza en el mundo, como él dice, eterna, aunque se le mueran y nazean uno á uno los ciudadanos, como es perenne y perpetuo el verdor de los olivos, laureles y demás árboles de esta calidad, cayéndoseles y naciendo una á una las hojas. Porque la muerte, como dice, no la de cada hombre de por sí, que ésta por la mayor parte libra de pena á cada uno, sino la de toda ella, es pena de la Ciudad. Por lo cual con razón se duda si obraron bien los Saguntinos cuando prefirieron que pereciese toda la ciudad, á violar la fe de los tratados con que estaban aliados con la República Romana, cuya resolución tanto celebran los ciudadanos de la Ciudad terrena. Mas no penetro cómo pudieran obedecer á esta doctrina, por la cual se ordena que no debe emprenderse guerra sino por la fe ó por la salud pública; pues no dice cuando estas dos circunstancias concurren juntamente en un mismo peligro; de manera que no se puede guardar la una sin la pérdida de la otra: en tal caso, ¿qué es lo que debe elegirse? Porque sin duda si los Saguntinos escogieran la salud, les fuera preciso desamparar la fe; si habían de guardar la fe, habían de perder la salud, como en efecto lo hicieron. Pero la salud de la Ciudad de Dios es de tal calidad, que se puede conservar, ó por mejor decir, adquirir con la fe y por la fe; mas perdida la fe, ninguno puede venir á ella. Y esta aprensión en unos corazones constantes y sufridos formó tantos y tan ilustres mártires, que no los tuvo, ni pudo tener tales, ni uno solo, cuando fué tenido por díos Rómulo,