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La ciudad de Dios

rrección de la carne, y de la ascensión al cielo, aglomeramos tantos testimonios de tantos increibles, y, con todo, no podemos apartar de su increible rudeza á estos incrédulos, para que den crédito á estas infalibles verdades. Y si no creen tampoco que los apóstoles de Cristo obrasen tales milagros, para que les creyesen la resurrección y ascensión que predicaban de Cristo, á nosotros nos basta sólo el gran prestigio de que, sin milagros, lo haya creído todo el orbe de la tierra.



CAPÍTULO VI

Cómo Roma, amando á su fundador Rómulo, le hizo dios, y la Iglesia, creyendo en Cristo, le amo.


Traigamos también aquí á la memoria lo que celebra y admira Tulio sobre haberse dado asenso á la divinidad de Rómulo. Pondré sus mismas palabras como él las escribe: «Cosa es, dics, más admirable la de Rómulo, porque los demás dioses que dicen se hicieron de los hombres, fueron en siglos menos ilustrados, de manera que fué más fácil el fingirlo cuando los imperitos é ignorantes se movían sin dificultad á creer. Pero observamos que los tiempos de Rómulo fueron hace seiscientos años no cabales, habiendo ya adquirido su antiguo esplendor las letras y las ciencias, y desterrádose ya aquel antiguo y envejecido error de la vida inculta y agreste de los hombres. Poco después del mismo Rómulo, dice así lo que pertenece á este mismo intento: de lo cual se puede inferir, que muchos años antes fué Homero que Rómalo, de manera que, siendo ya los hombres sabios y los tiempos ilustrados, apenas había lugar para poder fingir patrañas. Porque la anti-