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La ciudad de Dios

tima se verificase. Ya vemos cumplido que creyese el mundo lo que era increible. ¿Por qué, pregunto, la otra increible que resta se desespera que también suceda, y se tiene por increible cuando ya sucedió lo que era increible, esto es, que cosa tan increible la creyese el mundo? Ambas cosas increibles, de las cuales vemos la una y creemos la otra, las hallamos ya anunciadas en la misma Escritura, por lo cual ya ha creído el mundo.

Y si consideramos el modo como el mundo lo ha creído, hallaremos que es más increible. Envió Cristo al mar proceloso de este siglo unos pescadores con las redes de la fe, que ignoraban las artes liberales, y por lo que respecta á su ciencia y doctrina, totalmente rudos, sin tener noticia de gramática, sin ir prevenidos ni arma dos de los sofismas de la dialéctica, ni hinchados con los discursos elocuentes de la retórica; y de esta manera pescó de todo género tanto número de peces, y entre ellos también á los mismos filósofos, lance tanto más admirable cuanto más raro, que si se quiere podemos añadir á los dos increibles que hemos dicho. Luego ya tenemos tres sucesos increibles, que, no obstante, sucedieron. Increible es que Cristo resucitase en carne, y que subiese al cielo con la carne. Increible es que haya creído el mundo portento tan increible. Increible es que hombres de condición humilde, despreciables, pocos é ignorantes, hayan podido persuadir de cosa tan increible, tan eficazmente al mundo, y hasta á los mismos doctos. De estos increibles no quieren estos con quienes disputamos creer el primero: el segundo, aunque no quieran, lo ven aun con sus ojos, no comprendiendo cómo ha sucedido, si no creen el tercero. Es cierto é indudable que la resurrección de Cristo, y su ascensión al cielo con la carne, con que resucitó, ya se predica y se cree en todo el mundo, y si no es creible, pregunto: ¿cómo se ha creido ya en todo el orbe de la

Tomo IV.
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