Página:La ciudad de Dios - Tomo IV.pdf/381

Esta página no ha sido corregida
379
La ciudad de Dios

Y sabiendo que había de pecar desamparando á Dios con traspasar su divina ley, tampoco le prívó del libre albedrío, previendo al mismo tiempo el bien que de su mal había de resultar, supuesto que del linaje mortal, condenado justamente por su culpa, va, por su gracia, recogiendo multitud de gente para con ella suplir la que cayó de los ángeles, y que, de este modo, su querida y soberana Ciudad no quede sin ciudadanos; antes quizá venga á gozar de número más copioso. Porque aunque muchas acciones se practican por los malos contra la voluntad de Dios, este Señor es tan sabio, justo y poderoso, que todas las que parecen contrarias á su voluntad van encaminadas á aquellos fines que con su augusta presciencia y presencia previó que eran buenos y justos. Por eso cuando se dice que Dios muda la voluntad de manera que á los que se mostraba benigno (pongo por ejemplo) se les vuelve airado, ellos son los que se mudan antes, y le hallan mudado en cierto modo en las aflicciones que padecen, así como se muda el sol respecto de los que tienen los ojos tiernos y débiles en su organización, y se les vuelve de suave en alguna manera áspero, y de agradable molesto, siendo él en su esencia el mismo que era. Llámase también voluntad de Dios la que el Señor forma en los corazones de los que obedecen á sus mandamientos, de la cual dice el Apóstol: «Dios es el que obra en nosotros, como también en el querer ó en la voluntad»: porque así como se nombra justicia de Dios, no sólo aquella con la cual el Señor es justo, sino también la que obra en el hombre que justifica, por la misma razón se llama su ley la que es más de los hombres que suya, aunque dada por Dios á la humana descendencia; porque, en efecto, hombres eran a los que decía Cristo: «En vuestra ley está escrito», y en otro lugar: «la ley de su Dios está impresa en su corazón». Según esta voluntad, que Dios obra en los