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LIBRO VIGÉSIMOSEGUNDO


CAPÍTULO I

De la creación de los ángeles y de los hombres.


En este libro, que será el último, según prometí en el anterior, trataremos de la eterna bienaventuranza de la Ciudad de Dios; la cual, no por los dilatados siglos que alguna vez han de terminar se llamó eterna, sino porque, como dice el Evangelio, «su reino no tendrá fin»; ni tampoco porque muriendo y faltando unos, naciendo y'sucediéndose otros, haya en ella una apariencia de perpetuidad; como un árbol que está siempre verde parece que persevera en él un mismo verdor, mientras que conforme van cayendo unas hojas, otras que van naciendo conservan la apariencia de su frescura, sino porque en ella todos sus ciudadanos serán inmortales, viniendo á conseguir también loa hombres que nunca perdieron los ángeles santos. Esto lo hará Dios Todopoderoso su fundador, porque lo prometió y no puede mentir, y para persuadir de ello á los fieles ha hecho ya muchas cosas no prometidas, y cumplido muchas prometidas.

El es el que al principio hizo el mundo tan lleno de entes tan buenos, visibles é inteligibles, en el cual no creó otro mejor que los espíritus, á quienes dió inteligencia, los hizo capaces para que le viesen y contem-