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La ciudad de Dios

santos, sirve para que no le arrojen al fuego eterno, no para que, si le hubieren echado, después de cualquier tiempo, por largo que sea, le saquen de allí. Pues aun los que piensan que se debe entender lo que dice la Escritura de que la buena tierra trae abundante y copioso fruto, «una á treinta, otra á sesenta y otra á ciento por uno», en el sentido de que los santos, según la diversidad de sus méritos, libran á los hombres, unos á treinta, otros á sesenta y otros á ciento suelen sospechar que será en el día del juicio, no después del juicio.

Y viendo uno que con esta opinión los hombres con particular engaño se prometían la gracia y remisión de sus culpas, porque así parece que todos pueden alcanzar la libertad de las penas, dicen que dijo muy á propósito y con cierto gracejo, que antes débíamos vivir bien para que cada uno viniese á ser de los que han de interceder para librar á otros, á efecto de que no vengan á reducirse tanto los intercesores que, llegando presto cada uno al número que le cabe, de treinta, ó de sesenta ó de ciento, queden muchos que no puedan ser libres de las penas por intercesión de ellos, y se halle entre estos tales cualesquiera que con temeridad tan vana se promete que ha de gozar del fruto ajeno. Basta haber respondido así por nuestra parte á aquellos que no desechan la autoridad de la Sagrada Escritura, de la cual se sirven comúnmente con nosotros, sino que, como la entienden mal, piensan que ha de ser, no lo que ella nos dice, sino lo que ellos quieren. Con esta respuesta, pues, concluyo este libro, como lo prometíwww.