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La ciudad de Dios

sado cuida de las cosas del mundo y de qué manera agradará á su esposa». «Ha de manifestarse la calidad de las obras que cada uno hubiera hecho, porque el día del Señor lo declarará»: esto es, el día de la tribulación, «mediante á que en el fuego (añade) se le revelará». A esta misma tribulación la llama fuego, como en otro lugar dice: «los vasos del alfarero los prueba el horno, y á los hombres justos la tentación de la tribulación, y cuáles sean las operaciones que cada uno hubiere hecho, el fuego lo averiguará.» Y si permaneciere la obra que hubiere ejecutado alguno (porque permanece lo que cada uno cuidó de las cosas de Dios, y de cómo agradaría á Dios), «lo que hubiere edificado encima tendrá su premio»; esto es, le recibirá conforme á la exactitud con que hubiere cumplido sus operaciones; «pero si la obra que hubiere ejecutado alguno, ardiere, padecerá daño»; porque se hallará privado del objeto que amó, y «sin embargo se salvará», en atención á que ninguna tribulación le pudo apartar ni derribar de la constancia, estabilidad y firmeza de aquel fundamento; «pero de tal manera como si fuese por el fuego»; pues lo que poseyó, no sin amor que le causase complacencia, no lo perderá sin dolor que le aflija. Hallamos, pues, en mi concepto, fuego que á ninguno de estos condene; sino que á uno le enriquece y á otro le daña, y á los dos prueba.

Pero si quisiésemos que en este lugar se entienda aquel fuego con que amenaza el Señor á los de la mano siniestra: «idos de mí, malditos, al fuego eterno», de forma que creamos que entre éstos se incluyan también los que edificaban sobre el fundamento leña, heno y paja, y que los libre de aquel fuego, después del tiempo que les cupo por los malos méritos, el mérito del buen fundamento, ¿quiénes pensamos que serán los de la mano derecha, á quienes dirá: «venid, benditos de mi