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San Agustín

dice Cristo (I): «Este es el pan que bajó del cielo para que no muera el que comiere de él. Yo soy el pan vivo que descendí del cielo; si alguno comiere de este pan vivirá para siempre», con razón se pregunta cómo debe entenderse. Es verdad que á estos á quienes ahora respondemos los excluyen de tal sentido aquellos á quienes después hemos de responder, que son los que prometen esta liberación, no á todos los que tienen el Sacramento del bautismo y del cuerpo de Cristo, sino á solos los católicos, aunque vivan mal, porque comieron, no sólo sacramentalmente, sino realmente el cuerpo de Cristo, estando, en efecto, en su cuerpo. De cuyo cuer po dice el Apóstol (2): «aunque somos muchos, somos un pan y hacemos un cuerpo.» El que está, pues, en la unidad de su cuerpo, esto es, en la trabazón y unión de los miembros cristianos, cuyo Sacramento cuando comulgan los fieles suelen recibir en el altar, este tal se dice verdaderamente que come el cuerpo de Cristo y bebe la sangre de Cristo, y, por consiguiente, los herejes y cismáticos que están apartados de la unidad de este cuerpo pueden recibir el mismo Sacramento, mas no de suerte que les sirva de provecho, antes sí de mucho daño, para ser condenados más grave y rigurosamente que si los condenaran por larguísimo tiempo, con tal que fuera limitado, porque no están en aquel vínculo de paz que nos significa aquel Sacramento. Por otra parte, tampoco estos que entienden bien que no debe decirse que come el cuerpo de Cristo el que no está en el cuerpo de Cristo, prometen erroneamente á los que de la unidad de aquel cuerpo caen en la herejía ó en la superstición de los gentiles, la liberación del fuego eterno. Lo primero, porque deben considerarse cuán into(1) San Juan, cap. VI.

(2) San Pablo, I ep. á los Corintios, cap. X.