CAPÍTULO XXV
Pero respondemos ya también á los que no solamente al demonio y á sus ángeles, pero ni aun á todos los hombres prometen que han de librarse del fuego eterno, sino sólo á aquellos que se hubieren lavado con el bautismo de Cristo y hubieren participado de su cuerpo y sangre, como quiera que hayan vivido y en cualquiera heregía ó impiedad que hayan cometido. Contra éstos habla el Apóstol diciendo (1): «que las obras de la carne son bien claras y conocidas, como son la fornicación, la inmundicia, la lujuria, la idolatría, las hechicerías, enemistades, pleitos, emulaciones, rencores, discordias, herejías, envidias, embriagueces, glotonerías y otros semejantes vicios, de los cuales os aviso como os lo tengo ya amonestado, que los que practican tales obras no poseerán el reino de Dios». Lo que aquí dice el Apóstol fuera sin duda falso, si estos ilusos, después de cualquier tiempo, por prolongado que sea, se ven libres y llegan á conseguir el reino de Dios. Supuesto que no es falso, seguramente los tales no alcanzarán el reino de Dios. Y si nunca han de conseguir la posesión del citado reino, estarán en el tormento eterno, porque no puede darse lugar medio donde no estén en tormento los que no estuvieren en aquel reino. Por eso lo que (1) San Pablo, ep. á los Gálatas, cap. V, v. 19.