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La ciudad de Dios

gracia sin méritos nuestros, no la conocen aquellos judíos (1) que intentan establecer au justicia y por eso no están sujetos á la justicia de Dios, que es Cristo, en cuya justicia se halla gran cantidad de la dulzura de Dios, por la cual dice el salmista (2): «gustad y ved cuán dulce es el Señor». Y en esta peregrinación que nos agrada no nos hartamos, antes sí tenemos hambre y sed de ella, para satisfacernos completamente después cuando le viéremos cómo es en sí y ha de cumplirse lo que dice la Escritura (3): «me bartaré cuando se me manifestare tu gloria». Así declara Cristo la grande abundancia de su dulzura á los que esperan en él. Perosi Dios oculta á los que le temen su dulzura imaginando los que aquí combatimos que es porque no ha de condenar á los impíos, á fin de que no sabiéndolo éstos y con el temor de ser condenados vivan bien, y para que de esta manera pueda haber quien ruegue por los que no viven bien, ¿cómo la manifiesta á los que confian en él, pues según sueñan estos ilusos, por esta dulzura no ha de condenar á los que no esperan en él? Busquemos, pues, aquella su dulzura que pone patente á los que esperan en él y no la que presumen que maniflesta á los que le menosprecian y blasfeman. Así que en vano busca el hombre, después de este cuerpo, lo que no procuró granjear y adquirir en este cuerpo.

También esta expresión del Apóstol (4): «permitió Dios que comprendiese á todos la infidelidad para usar con todos de misericordia»; no la dice porque á ninguno ha de condenar y ya explicamos antes por qué lo dijo. Hablando el Apóstol de los judíos que después han de creer como los gentiles, que ya creían, dice en sus (1) San Pablo, ep. & los Romanos, cap. X, v. 8.

(2) Salmo 83.

(3) (4) Salmo 16 y San Juan, I ep., cap. III.

San Pablo, ep. á los Romanos, cap. II, v. 32.