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San Agustín

tristeció porque no sucedió lo que aquella gente temió que había de sucederles por su profecía, sucedió lo que por presciencia de Dios se dijo, mediante á que sabía el que lo anunció cómo había de cumplirse y mudarse en mejoría.

Mas para que conozcan éstos impíamente misericordiosos qué es lo que quiere decir la Escritura (1): «¡cuán grande es la muehedumbre de tu dulzura, Señor, la que ocultaste á los que te temen!» lean también lo que sigue (2): «y la manifestaste á los que esperan en ti.» ¿Qué quiere decir ocultástela á los que te temen y la manifestaste a los que esperan en ti, sino que á los que ú por temor de las penas (3) (como los judíos) quieren autorizar y establecer su justicia, que es la de la ley, no es dulce y suave la justicia de Dios, porque no la conocen? Porque no han gustado de ella, porque esperan en sí mismos y no en él, y por eso se les esconde la abundancia de dulzura de Dios, pues aunque temen á Dios, es con aquel temor servil que no se halla en la caridad, porque (4) «el temor no está con la caridad, antes la caridad perfecta echa afuera el temore. Por eso á los que confian en el Señor les maniflesta áu dulzura inspirándoles su caridad, para que con temor santo (no con el que expele de sí la caridad, sino con el que permanece para siempre) cuando se glorian, se gloríen en el Señor, porque la justicia de Dios es Cristo, el cual, como dice el Apóstol (5), «noa le hizo Dios á nosotros sabiduría nuestra y justicia, santificación y redención para que, como dice la Sagrada Escritura, el que se gloría se gloríe en el Señor». Esta justicia de Dios, que nos da la (1) Salmo 80.

(2) Salmo id.

(B) San Pablo, ep. & los Romanos, cap. X, v. 3.

(4) San Juan, I ep., cap. IV, v. 18.

(6) San Pablo, I op. & los Corintios, cap. I.