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La ciudad de Dios

mendaren sus moradores, sino que, sin añadir esta circunstancia, anunció la ruina y destrucción de aquella ciudad, cuya amenaza piensan que es cierta, porque lo que dijo Dios fué lo que ellos verdaderamente merecían padecer, aunque no hubiese de ejecutarlo el Señor, pues aunque perdond á las penitentes, dicen, sin duda no ignoraba que habían de hacer penitencia, y, con todo, absoluta y determinadamente dijo que habían de ser destruidos. Así que esto, dicen, era verdad en el rigor que ellos merecían; pero no en razón de la misericordia, la cual no detuvo en su ira para perdonar á los humildes y rendidos aquella pena con que había amenazado á los contumaces. Si entonces, pues, perdonó, diceo, cuando con perdonar había de entristecer á su santo profeta, ¿cuánto más perdonará por los que se lo suplicarán con más compasión, cuando para que los perdone pedirán y rogarán todos sus santos? Esto que ellos imaginan en su corazón, piensan que lo pasó en silencio la Sagrada Escritura, para que muchos se corrijan y enmienden por el temor de las penas, ó largas ó eternas, y haya quien pueda rogar por los que no se corrigieren, y, sin embargo, imaginan que del todo no lo omitió la Sagrada Escritura; porque, dicen, ¿qué quiere decir aquello (1) «¡cuán grande es la muchedumbre de tu dulzura, Señor, que ocultaste á los que te temen!», sino que entendamos que por este temor escondió Dios una tan grande y tan secreta dulzura de su misericordia? Y añaden que por lo mismo dijo también el Apóstol (2): «los encerró Dios á todos en la infidelidad para usar de misericordia con todos»; esto es, para darnos á entender que á ninguno ha de condenar. Y, no obstante, los que así opinan no extienden su opinión hasta el (1) Salmo 30.

(2) San Pablo, ep. á los Romanos, cap. XI.

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