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San Agustín

cual la razón aun no ha entrado en esta batalla y está sujeta casi á todos los víciosos deleites; pues aun cuando pueda ya hablar, y por lo mismo parezca que ha salido de la infancia, sin embargo, en ella la flaqueza y flexibilidad de la razón aun no es capaz de precepto; en esta edad, pues, con que haya recibido los Saeramentos del Redentor (1), si en tan tiernos años acaba el curso de au vida como se ha trasplantado ya de la potestad de las tinieblas al reino de Cristo (2), no sólo no sufre las penas eternas, sino que, aun después de la muerte, no padece tormento alguno en el purgatorio; porque basta la regeneración espiritual para que no se le siga el daño que, después de la muerte, junto con la muerte, contrajo la generación carnal. Pero en llegando ya á la edad que es capaz de precepto y puede sujetarse al imperio de la ley, es indispensable que demos principio á la guerra contra los vicios, y que la hagamos rigurosamente, para que no nos obliguen á caer en los pecados que ocasionen nuestra eterna condenación. Que si los vicios no han adquirido aún fuerzas con el curso y costumbre de vencer, fácilmente se vencen y ceden; pero si están acostumbrados á vencer y dominar, con grande trabajo y dificultad se podrán vencer. Ní esto puede ejecutarse sinceramente sino aflcionándose á la verdadera justicia, que consiste en la fe de Cristo. Parque si nos estrecha la ley con el precepto y nos faltan los auxilios del espíritu, creciendo por la misma prohibición el deseo y venciendo el apetito del pecado, se nos viene á aumentar el reato de la prevaricación, esto es, la culpa de la infracción de la ley. Aunque es verdad que algunas veces unos vicios que son claros y manifiestos se vencen con otros vi(1) San Pablo, I ep. & Timotheo, cap. II.

(2) San Pablo, ep. á los Colosenses, cap.