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San Agustín

grandes y pequeñas que hemos referido; siendo incomparablemente más aún las que no hemos insinuado y las encerró en este mundo, maravilla única y la mayor de todas cuantas hay. Así que, podrá cada uno escoger lo que mejor le pareciere, ya piense que el gusano pertenece propiamente al cuerpo ó al alma metafóricamente, transfiriendo el nombre de las cosas corporales á las incorpóreas. Cuál de estos sea la verdad, ello mismo nos lo manifestará más fácilmente cuando sea tan grande la ciencia de los santos, que no tenga necesidad de experimentarlas para conocer aquellas penas, sino que los bastará para saberlo la sabiduría que entonces tendrán plena y perfecta; porque ahora (1) «conocemos en parte, hasta que llegue el colmo y perfección»; pero con tal que de ningún modo creamos que aquellos cuerpos serán de tal complexión, que no sientan dolor alguno del fuego.



CAPÍTULO X

Si el fuego del infierno, siendo corpóreo, puede con au contacto abrasar los espírítus malignos, esto es, á los demonios incor.


póreos.

Aquí se ofrece la duda sobre si no ha de ser aquel fuego incorpóreo de tal condición que ofenda del modo que sea ofendida y sienta dolor el alma, sino corpóreo, que ofenda con el tacto, de suerte que con él se puedan atormentar los cuerpos. En este caso ¿cómo han de padecer en el pena y tormento los espíritus malignos? El mismo fuego en que están los demonios será el que se acomodará al tormento de los hombres, como lo dice (1) San Pablo, I ep. á los Corintios, osp. XIII.