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La ciudad de Dios

el gusano de la tristeza. Lo cual, aunque es más creíble, porque, en efecto, es disparate que haya de faltar allí dolor del cuerpo ó del alma, con todo, soy de dictamen que es más obvio el decir que lo uno y lo otro pertenece al cuerpo, que no que lo uno ni lo otro; y por lo mismo en aquellas palabras de la Escritura no se hace mención del dolor del alma, porque bien se entiende ser consecuencia legítima, aunque no lo exprese, de que estando el cuerpo atormentando así al alma, ha de sentir también los tormentos de la ya esteril é infruc—` tuosa penitencia; por euanto leemos asimismo en el Testamento Viejo que «el castigo de la carne del impío es el fuego y el gusano» (1). Pudo más resumidamente decir el castigo del impío, ¿por qué dijo de la carne del impfo, sino ó porque lo uno y lo otro, esto es, el fuego y el gusano será la pena y el tormento de la carne, ó si quiso decir el castigo de la carne, mediante á que ésta será la que se castigará en el hombre, esto es, el haber vivido según los impulsos de la carne, y por esto también caerá en la muerte segunda, que significó el Apóstol (2) diciendo: si viviese is según la carne, moriréis? Escoja cada uno lo que más le agradare, ó atribuyendo el fuego al cuerpo, y al alma el gusano, lo ano propiamente, y lo otro metafóricamente, ó lo uno y lo otro propiamente al cuerpo; porque ya bastantemente queda arriba averiguado que pueden los animales vivir también en el fuego sin consumirse, y en el dolor sin morirse, por alta providencia del Criador Omnipotente, á quien el que negare que esto le es posible, ignora que de él procede todo lo que es digno de admiración en todas las cosas naturales. Pues el mismo Dios es el quehizo en este mundo todos los milagros y maravillas (1) Eclesiastes, cap. VII.

(2) San Pablo, ep. á los Romanos, cap. VIII.