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La ciudad de Dios

ve tan desfigurada, de dura tan frágil, y de corruptible tan incorruptible. De estas maravillas, algunas las sé yo como las saben otros muchos, y algunas las sé como las saben todos, siendo tantas, que sería alargarnos demasiado referirlas todas en este libro. Pero de las que he escrito en él, y no las he visto por experiencia, sino que las lef (á excepción del prodigio de la fuente, donde se apagan las hachas que están ardiendo y se encienden las apagadas y el de la fruta de la tierra de los Sodomitas, que en lo exterior está como madura y en lo interior como humosa), nunca pude hallar testigos que fuesen idóneos para que me informasen si era verdad.

Y aunque no encontré quien me dijese que había visto aquella fuente de Epiro, sin embargo, hallé quien conocía otra semejante en Francia, no lejos de la ciudad de Grenoble. Y el de la fruta de los árboles del país de Sodoma, no sólo nos los enseñan historias fidedignas, sino que asimismo son tantos los que aseguran haberlo visto, que no puedo dudar de su identidad. Todo lo demás lo conceptúo de tai calidad, que ni me determino á afirmarlo ni á negarlo; sin embargo, lo inserté por— que lo leí en los historiadores de estos mismos contra quienes disputamos, para manifestar la diversidad de cosas que muchos de ellos creen hallándolas escritas en los libros de sus literatos, sin que les den razón alguna de ellas los que no se dignan darnos crédito, ni aun dándoles la razón, cuando lo que supera la capacidad y experiencia de su inteligencia, les decimos que lo ha de hacer Dios Todopoderoso. ¿Pues qué razón más sólida, más persuasiva ni más convincente puede darse de tales prodigios, sino decirles que el Todopoderoso los puede obrar y que ha de hacer los que leemos, porque los anunció al mismo tiempo que otros muchos verificados ya? Porque el Señor hará las cosas que parecen imposibles, pues dijo que las había