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La ciudad de Dios

luz (1). Obran, pues, muchos portentos, los cuales, cuanto más los confesamos por maravillosos, tanto más cautamente debemos huirlos. Pero aun estos nos aprovechan también para el asunto que al presente tratamos, porque si tales maravillas pueden hacerlas los espíritus malignos, ¿cuánto mejor podrán los ángeles santos y cuánto más poderoso que todos estos es Dios, que formó igualmente á los mismos ángeles que obran tan insignes portentos?

Por tanto, si pueden practicarse tantas, tan grandes y tan estupendas maravillas (como aon las que llaman mechanimata ó invenciones de máquinas y artificios), aprovechándose los ingenios humanos de las cosas na turales que Dios ha criado, que los que las ignoran y no entienden piensan que son divinas, y así sucedió en cierto templo, que poniendo dos piedras imanes de igual proporción y grandeza, la una en el suelo y la otra en el techo, se sustentaba un simulacro ó figura hecha de hierro en medio de una y otra piedra pensil en el aire, como si fuera milagrosamente por virtud divina para los que no sabían lo que había arriba y abajo, y como dijimos ya, que pudo haber algo de este artificio en aquella candela de Venus, acomodando allí el artífice la piedra asbesto; y si los demonios pudieron subir tanto de punto las obras de los magos, á quien nuestra Sagrada Escritura llama hechiceros y encantadores, que le pareció al famoso poeta que podían cuadrar al ingenio del hombre, cuando dijo, hablando de cierta mujer que sabíe tales artes (2): «esta con sus encantos se promete y atreve á ligar y desatar las voluntades que quisiere, á detener las corrientes rápidas de los ríos, á hacer que retrocedan en su curso ordinario los (1) San Pablo, II ep. á los Corintios, cap. II.

(2) Virg., lib. IV. Eneida.