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La ciudad de Dios

CAPÍTULO V

I.


De las diversas causas de los milagros.

Acaso dirán aquí que por ningún motivo hay semejantes maravillas y que no las creen; que es falso lo que de ellas se dice, falso lo que se escribe, y añadirán arguyendo así: Si es que debemos prestar asenso á tales portentos, creed también vosotros lo que asimismo se refiere y escribe que hubo ó hay un templo dedicado á Venus, y en él un candelero en el cual había una luz encendida expuesta al sereno de la noche, que ardía de manera que no podía apagaria ni la ventisca ni el agua que cayese del cielo, por cuyo motivo, como la citada piedra, se llamó también esta candela lychnos asbestos, esto es, candela inextinguible. Dirán esto para reducirnos al estrecho apuro de que no podamos responderles, porque si les dijésemos que no debe creerse, desacreditaríamos lo que se escribe de las maravillas que hemos referido, y si concediéremos que debe darse crédito, haríamos un particular honor á los dioses de los gentiles.

Pero nosotros, como dije en el libro XVIII de esta obra, no tenemos necesidad de creer todo lo que contienen las historias de los gentiles, pues también entre sí los mismos historiadores (como dice Varrón), casi de intento se contradicen en muchas particularidades, sino que creemos, si queremos, aquello que no se opone á los libros que sin duda tenemos precisión de creer. Y de las maravillas y portentos que se hallan en ciertos parajes, nos bastan para lo que queremos persuadir á los incrédulos que ha de venir á ser, lo que podemos nosotros asimismo tocar y ver por experiencia, y no hay dificultad en hallar para este efecto testigos idóneos. Respecto al templo de Venus y á la candela in-