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San Agustín

las Indias, y no pudiéramos experimentarlo, sin duda nos persuadiríamos de que ó era mentira, ó nos causara extraña admiración. Las cosas que vemos cada día con nuestros propios ojos, no porque sean menos maravillosas, sino por el continuo uso y experiencia que tenemos de ellas, vienen á sér menos estimadas; de suerte que hemos ya perdido la admiración de algunas que nos han podido traer singulares y admirables de la India, que es una parte del mundo muy remota de nuestro país.

Hay muchos entre nosotros que conservan la piedra diamante, especialmente los plateros y lapidarios, la cual dicen que no cede ni al hierro ni al fuego, ni á otro algún impulso, sino solamente á la sangre del cabrón.

Pero los que la tienen y conocen, pregunto: ¿se admiran de ella, como aquellos á quienes de nuevo se les acierta á dar noticia exacta de su virtud y potencia? Y á los que así se instruye acaso no lo creen; y si lo creen, se maravillan de lo que no han visto por experiencia; y si acontece observarlo experimentalmente, todavía se admiran de lo raro y particular. Mas la continua y ordinaria experiencia paulatinamente nos va quitando el motivo de la admiración. Tenemos noticia de la piedra imán, que maravillosamente atrae el hierro. La primera vez que lo observé quedé absorto; porque advertí que la piedra levantó en lo alto una sortija de hierro, y después, como ai al hierro que había levantado le hubiera comunicado su fuerza y virtud, esta sortija la llegaron ó tocaron con otra, y también la levantó; y así como la primera estaba inherente, ó pegada á la piedra, así la segunda sortija á la primera. Aplicaron en los mismos términos la tercera, é igualmente la cuarta, colgaba ya como una cadena de sortijas trabadas unas con otras, no enlazadas por la parte interior, sino pegadas por la exterior. ¿Quién no se pasmará de ver semejante