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La ciudad de Dios

de forma que los suelen enterrar los que señalan y colocan límites y mojones para convencer al litigante que al cabo de cualquiera tiempo se levantare y pretendiere que aquella piedra que ha fijado es el mojón y límite? ¿Y quién les dió la virtud de que sepultados en tierra húmeda, en la cual los leños se pudrieran, puedan durar incorruptos tanto tiempo, sino aquel fuego que lo corrompe y consume todo?

Consideremos también, además de lo insinuado, la maravilla ó portento que observamos en la cal, cómo se vuelve blanca con el fuego, con el cual otras cosas se vuelven negras, como tan ocultamente concibe el fuego del mismo fuego, y convertida ya en terrón frío al tacto, le conserva tan oculto y encubierto, que por ninguna manera se descubre á sentido alguno; pero hallándole y descubriéndole con la experiencia, aun cuando no le vemos, sabemos ya que está allí adormecido, por lo que la llamamos cal viva, como si el mismo fuego que está en ella encubierto fuese el alma invisible de aquel cuerpo visible. ¿Y qué grande maravilla es qué cuando se apaga, entonces se enciende? Porque para quitarla aquel fuego que tiene escondido, la echamos en el agua, ó la rociamos con agua, y estando antes fría, comienza á hervir, con lo que todas las cosas que hierven se enfrían. Así que, expirando, como si dijéramos, aquel terrón, se deja ver el fuego que estaba escondido cuando se va; y después, como si le hubiese ocupado la muerte, está frío, tanto, que aun cuando le mojen con agua, no arderá ya más, y á lo que llamábamos cal viva, lo llamamos ya muerta. ¿Qué cosa puede haber al parecer que pueda añadirse á esta maravilla? Y, con todo, puede añadirse; porque si no le echásemos agua, sino aceite, con que se fomenta y nutre más el fuego, no hierve por más y más que la echen. Y si este raro fenómeno le leyéramos ú vyéramos de alguna piedra de